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El caudillo rosarino

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Gonzalo Rivero, categoría 2002, abre su corazón y cuenta cómo influyó la pensión en su vida. Habla de la ayuda de su familia, la lesión que frustró su récord y cómo se adaptó al entrenamiento durante la pandemia. “Es desesperante no patear una pelota”, dice.

Sus pergaminos no son muy extensos, pero dicen que casi nunca faltó a un partido. También lo postulan como un caudillo, de esos que nunca abandonan a su tropa. De los que dan todo por su banda. Por sus colores. Gonzalo Rivero es eso, y también mucho más. Porque el volante y zaguero central, que cumplió 18 hace pocas semanas, apenas se perdió dos citas de Infantiles y otras dos de Juveniles, pero no tuvo otra otra opción: una paralítica complicó su rodilla y le impidió terminar el torneo con su récord intacto.

Gonzalo tenía apenas 11 años cuando eligió armar el bolso y recorrer los 300 kilómetros que separan a Buenos Aires de su Rosario natal para probar suerte en El Semillero del Mundo. “No conocía a Argentinos, pero mi papá me habló de los jugadores que habían salido del club y de las posibilidades que les dan a los chicos de la cantera”, cuenta. Ya habían quedado atrás sus días en la escuelita de Newell’s, donde pasó un buen tiempo sin jugar. Su plan era apostar por el destino que marcaba su sangre: su abuelo materno, por ejemplo, despuntó el vicio en Banfield. Y así varias historias futboleras se desglosan de su árbol genealógico.

A la fecha la tiene marcada a fuego: 4 de febrero del 2013. Ese día fue un antes y un después, a pesar de su corta edad. “Ni bien mi familia me dejó en la pensión -relata- les mandé un mensaje diciéndoles que los extrañaba y que me quería volver. Aparte, había un sólo compañero, Emanuel Díaz Chaves, que tiene mi edad. Algunas semanas después llegaron los chicos más grandes que me integraron al grupo, empecé el colegio y me terminé de adaptar”.

-¿Qué te dijeron tus papás cuando los llamaste?
-Me recalcaron que si estaba ahí era por algo. Que por algo me eligieron y que tenía que hacer fuerzas para seguir adelante. Dijeron que me iba a soltar cuando conozca gente, y así fue.

-¿Y después? ¿Cómo fue la experiencia de vivir con desconocidos a los 11 años?
-Llegaron Gastón Verón, Cristian Bazán, Dardo Torres y Nicolás Tolosa. Me incluyeron en el grupo lo más bien y eran como mis hermanos… Después, cuando nos decían de irnos a nuestras casas, dudábamos porque ya estábamos acostumbrados.

-Fue cuestión de pasar los primeros meses…
-Sí, es hasta que arranca la rutina. Ahí vas a la mañana al colegio, a las 12 volvés, almorzás, tenés un ratito para descansar y después te vas a entrenar. Es así todos los días.

La estadía en la pensión torció el rumbo de una incipiente adolescencia. “Aprendés cosas nuevas, a adaptarte vos solo, a madurar… No pensás como un nene de 11 que vive con los papás, porque ya no los tenés. Ahí valorás más las cosas”, dice Gonzalo quien, desde que está en juveniles, acumula un total de 99 partidos en el lomo y 4 gritos de gol. Aunque, al momento de elegir su mejor recuerdo, no lo duda: “En Infantiles, donde fui capitán y salimos campeones en AFA y en Liga”.

Pero no sólo guarda las buenas. Tampoco se permite olvidar aquel fatídico instante contra Banfield en 2019, cuando una caída derivó en una lesión que lo mantuvo al margen: “Fue en uno de mis mejores partidos en el club. Con el correr de los días veía cómo entrenaban o jugaban mis compañeros y me moría de ganas de estar ahí. Me dolió muchísimo”.

-Fue tu primera lesión importante. ¿Lo tomaste como un aprendizaje?
-Sí, ni hablar. Esas dos semanas sin jugar me hicieron pensar y siento que aprendí. Entendí que el cuerpo me decía que tenía que parar y lo hice.

-¿En quiénes te apoyaste?
-Más que nada en mis compañeros, pero también en mi familia. Quería jugar a pesar de que me dolía y los chicos me decían que me cuidara, que eran dos partidos para cerrar el torneo, ya no peléabamos y después arrancaba bien el año. Justo había subido a Reserva hacía unos meses y quedaban algunos partidos, pero si no me cuidaba podía ser peor.

-El consejo te sirvió: empezaste la pretemporada con la Reserva.
-Muchísimo. Todos me dijeron que esté tranquilo, que tenga fuerzas y que me cuide. Fui cinco partidos al banco y no me tocó entrar. Casi se da contra Banfield, pero no pude.

Hoy, mientras cumple con el aislamiento rodeado de sus seres queridos, el juvenil, categoría 2002, aprovecha el tiempo para analizar su recorrido y prepararse de cara a lo que viene. Y, si bien respeta la dieta que le facilitaron desde el club, se da uno de los gustos que espera todo el año. “Lo que más extrañaba eran las pizzas de mi mamá y el pastel de papa de mi abuela”, desliza.

-¿Cómo hacés para entrenarte?
-Tengo un patio y lo aprovecho. Generalmente nos conectamos a través de Zoom con el plantel de la Reserva y la verdad es que vamos bastante bien.

-¿Y a la parte psicológica cómo la trabajás?
-Es desesperante no patear una pelota. A veces te querés reventar la cabeza contra la pared, ja. Pero tratamos de estar en contacto con la pelota constantemente para que no se sienta tanto. Y, claro, para que la vuelta no cueste tanto.

Aunque el regreso no tiene fecha, Gonzalo Rivero tacha cada día de la extensa cuarentena para reencontrarse con el césped y revivir sus recuerdos, mientras se ilusiona con alcanzar su anhelo: “Sueño con jugar en la Primera y, quién dice, salir campeón también”.

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