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El partido histórico

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El Departamento de Historia celebra el 41º aniversario del debut en Primera de Diego Armando Maradona con un emotivo relato de Hugo Frasso.

El pibe iba y venía trotando por el angosto pasillo que se extendía entre la línea de cal y el alambrado. Cuando Montes lo mandó a calentar le pidió que se relajara, que se tranquilizara y que no tuviera miedo. Sabía que debía concentrarse en el partido pero eso era completamente imposible ya que su mente estaba invadida de pensamientos que no podía apartar. Una y otra vez veía la obesa figura de Doña Mecha (su vecina de Villa Fiorito, mezcla de curandera y adivina) que unos meses atrás le vaticinara que ese mismo año debutaría en primera. Nuevamente como entonces no pudo evitar una sonrisa divertida.

– Vamos, Doña Mecha… ¡Tengo apenas quince años!

– Vos acordate de lo que yo te digo…

Y aquí estaba, preparándose para su entrada al fútbol profesional, en una cancha colmada como pocas veces; con periodistas sentados en los tablones de una platea superada en su capacidad; con una cobertura periodística y una expectativa inusual para un partido intrascendente. Todo eso tan sólo por su presencia. Él era la atracción central, y al pensarlo tuvo miedo de que esa responsabilidad fuese un contrapeso. Una vez más recordó que Montes le pidió tranquilidad.

Le vino a la mente la figura de Francis, entre abatido y enojado cuando Héctor Mazzoni (presidente de la Subcomisión de Fútbol) le comunicó que de ahora en más él entrenaría con la Primera. Francis se opuso tenazmente. No iba a permitir que le robaran esa joya que él había descubierto y pulido. Consideraba que el pibe era algo de su absoluta propiedad, y que nadie lo cuidaría como él. No iba a permitir que cometieran la locura de hacer jugar a una criatura de quince años con profesionales hechos y derechos. Pero donde manda capitán, no manda marinero, y la decisión no dependía de Francis, su descubridor, maestro y segundo padre. Al ver su causa perdida, Francis apuntó a Mazzoni con su índice sacudido en el aire advirtiéndole que si algo le pasaba al pibe se las vería con él. A la vez, pensaba que Montes, que nunca le cayó bien, era un ladrón que le arrebataba a su pollo.

No solamente ese 20 de octubre era un punto de inflexión en la vida futbolística del pibe. También lo era en su vida particular, esa vida durísima que enseñaba a pelear desde chico para sobrevivir. Mientras trotaba al costado de la cancha sabía que en ese preciso momento su familia se estaba instalando en el departamento de la calle Argerich que el club le alquiló. Adiós a Villa Fiorito. Adiós a viajar de colado en el tren hasta Puente Alsina y desde allí en el colectivo 44 hasta Malvinas para entrenar. Adiós a los sinsabores de una existencia tan precaria. Eran demasiadas cosas en un solo día. Sabía que ya nunca más sería lo mismo.

El pitazo del árbitro marcando el final del primer tiempo lo sacó de su abstracción. Se dirigió al vestuario a esperar para ingresar al comienzo del segundo tiempo. Al regresar al campo, Montes lo llevaba paternalmente del hombro y le dijo:

– Vaya, pibe. Juegue como usted sabe. Y anímese: tire un túnel.

El pibe rogaba poder jugar bien la primera pelota que recibiera. Eso era fundamental. De eso dependía su performance posterior con el consiguiente estado de ánimo. El partido se estaba perdiendo 1 a 0 contra Talleres, un muy buen equipo con algunos futbolistas de selección. El pibe recibió un pase de aire. Al bajar la pelota se le vino encima su marcador, Juan Domingo Cabrera. Sin dudarlo, le pasó la pelota por entre las piernas para llevársela alegremente a espaldas del descolocado rival. El atronador grito de “OOOOLEEE”, que bajó desde las tribunas tras ese primer toque del balón fue una inyección de confianza. El encuentro resultó chato y deslucido, pero pasó a ser un partido histórico. EL partido histórico. No por su resultado ni por su desarrollo, que hoy día carecen de importancia, sino por haber sido el debut del más grande futbolista de todos los tiempos.

Autor: Hugo Frasso.

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